Gonzalo Artal Hahn

2.12.12

¡Auto!


La pelota pegó en la cuneta y dio un salto gigante que ni el Nano la agarró. 
Debían ser como las cinco y algo y aún no estaba claro quienes se iban a ir atrás del furgón de los Palominos.
No agarrar los 37 o quedarse con los chuteadores sin cordones desmotivaba a cualquiera que le tocara buscar, al último, el par perdido en el saco.
La cosa es que aunque logré bajarla y dejarla chanchita, el Laika miró de reojo y levantó la mano. 
Todos acusaron y viciaron la jugada.
Venía un auto. Había que desarmar el arco.

Deje de mirar pal lao



Si un buen día decretasen la oportunidad de hacer lo que la gente quisiera, que bien podría darse cuando la gente quisiera, y todo lo expresado -verbalizado o no- se les cumpliera, es bien probable que lo más concertado no sean brillos ni bacanales, sino funerales.

¿Tiempos perdidos?



Le trató de explicar la importancia del respeto, que no pega ni junta con el miedo, y le habló por algunos minutos sobre lo simpático que puede llegar a ser la admiración. Otro de los buenos pasos hacia el amor.
Eso sí, no quiso marearlo con frases tan hechas sobre poner mejillas y usar los mismos zapatos –la analogía del burro podía ser fatal- y pese a los esfuerzos por remarcar que esas actitudes no le hacían bien a nadie, el aludido respondió.
¡Aaaahhhh! Pá qué pó. Paqueeéééeeepó.
No mostró sus dientes, pero se marchó.

22.8.12

Cuatro estocadas por cuatro guantes montevideanos

A recoger. El viaje a Uruguay alentando a Deportes Iquique nos sacudió y fuerte, pero más allá de la eliminación y la impotencia, siento que entre el Centenario, las ramblas, los taxis con separaciones de mica, las hamburguesas con chimichurri, las fuentes con candados de amor eterno y los monumentos de Gauchos y Artigas, afloraban lecciones que bien pueden ser consideradas como buenos desafíos para tomar. Y claro está, aplicar.
La primera y más amplia, guarda relación con la amabilidad sin distingo del pueblo charrúa, quienes verdaderamente se toman un tiempo para guiar los pasos de quienes deambulamos con cara de afligidos, al punto de detenerse y re formular las consultas al siguiente peatón, que obviamente, paraba para computar y señalar. No por nada, el Ministerio de Turismo impulsó hace poco tiempo una campaña, en la que se asegura, exportan sonrisas.
Lo segundo, direccionado a quienes dictaminan, y sobre esa base endeble, imprimen normativas. Es que allá la autorregulación impera y lo que es mucho mejor, funciona. Al menos en el fútbol. En ese fútbol.
¿Un ejemplo? Al pisar la cancha del Centenario, con una cámara colgando de un hombro, no había quien te detuviera, alguien que te ataviara con un peto ridículo u otro que te pusiera límites sobre qué hacer o no hacer , o bien, por dónde transitar, entendiendo que cada uno cumple un rol en un espectáculo que tampoco sabe de alambrados. Al menos en el sector preferencial, puesto que si bien existe un foso con agua sorteable, hay en el medio un puente de madera que invita a llegar sin inconvenientes al centro del campo de juego. Obviamente, sin nadie que lo vigile.
Lo tercero, que bien puede ser tomado como un tirón de oreja para las autoridades gubernamentales y las que se preocupan del orden y la seguridad, tiene que ver con la perfecta ejecución de una fiesta sin restricciones para homenajear los colores.
¡Qué envidia ver lienzos representando el amor irreprimible de quizá quién! Y confundir cánticos con estruendos y fusionar silbidos con latidos y viajes de bengalas que sólo ponen un toque de luz y ensoñación a un estadio que no requiere de mayores adornos, pero que sin ellos, corre el riesgo de apagarse y marchitarse. Hasta dejar de sentir y de latir.(Y para allá vamos).
El cuarto punto tiene que ver con los hinchas. Y aquí, se debe excluir a los más de 200 fieles del norte que llegaron hasta Montevideo y a esos 2 mil y algo que son incondicionales en el TDC, pero que no alcanzaron a juntar los billetes, tenían compromisos con jefes y clientes o, derechamente, no quisieron conseguirse licencias médicas. Ellos mismos saben quienes son.
Como sea ¿Se fijaron que La Banda del Parque nunca cesó de alentar? ¡Jamás! ¡Si hasta aplaudieron a los nuestros que estaban arriba de la bandeja y volvían a juntar las palmas incluso cuando los nuestros de abajo ganaban laterales o tiros libres de esquina con peligro!
En fin.
¿Algo para los jugadores? Naaa. Ellos debieran rescatar aquellas experiencias que les ayudarán a sortear sus limitaciones y qué elementos deben atesorar como medallas de guerras de las tantas que se obtienen a menudo en esta especie de profesión soñada, la que más allá de la fortuna aparejada al placer de hacer lo que se ama (entre otros puntos a favor) tiene altas cuotas de sacrificio.
Y claro, de ahí a esperar que los expertos dejen de dar sus recetas mágicas por la prensa parece una pega mucho más compleja, pues se trata de un deporte emergente que es avalado y engordado por varios medios de comunicación, los sitios exactos donde verdaderamente se necesitan profesionales.

1.4.11

¿Qué dije?


Hoy pasié con mi Oma por Hornos saqué una jaiba a guata pelá me di una guelta por Sacsapenango Sendos Ollanta Ambato y el Volver de Usuahia. Bajé una malta cusqueña, grité la de atrá, hice porcinoterapia con mi gorda el amor con mi amor y un par de angelitos en el codo norte del TDC. ¿Lo único que dije? Ahora es cuando.

21.1.10

Voime


Irse. Ni al carajo ni a la chucha ni a las pailas, sino que al chancho de lejos. Aunque siempre-siempre pensando en volver. A otro cuchitril eso sí, porque del actual también me estoy yendo.

Irse acompañado, queriendo, y si se puede, justito al final.

Irse acostumbrando, pero ni cagando atacando ni acatando ni callando ni desinflando, a riesgo de tragarme mis palabras e irme achanchando y, lo que es más nocivo, yéndome contradiciéndome.

Irse arriba (en lo alto, o más-mejor que antes). O bien, agradecido, conforme y esperanzado, aunque eso ya pase a formar parte del venirse. El otro irse.

28.11.09

Lluvias del Estío


Sin novedad… Estamos sin mayores novedades”, repetía Don Efraín con una rara mezcla de hilaridad y desesperanza. Es que si bien la salud, como a la mayoría de quienes habitan la quebrada de Camiña, lo estaba acompañando; afuera no llovía… y eso, en pleno febrero, era considerado más bien malo.

Uno, porque definitivamente así la cosecha no abundaba, se acortaba la jornada junto al río y el mismo río; y dos, quizá la más importante para el longevo recolector de ajos y choclos, porque bajo esas condiciones no podía proferir una de sus frases favoritas: “Enero poco, febrero loco”.

Sentencia inconclusa y por ese entonces poco verificable del oriundo de Nama, la que por cierto, solía convertirse en el puntapié inicial para entablar debates y clamar consignas reivindicadoras para quienes gozan con la tierra y sus ciclos… Las mismas que cada vez menos podían ser oídas por sus retoños, o siquiera, escuchadas por los brotes -como denominaba a sus descendientes más pequeños- pero afortunadamente para el diálogo y su locuacidad se transformaban en los dardos favoritos para los contraataques de Don Arisitides, un citadino sanfelipeño hacendado en Iquique, que era algo así como su mejor compañero de diatribas.

De hecho Herrera, como se apellidaba el ahora hombre de puerto, estiraba el tiempo filosofando y arriesgando los coscorrones prometidos en nombre de la porfía por el propio bastión de la dinastía de los Mollo, un apellido que si bien no sabía de ñustas y sendas proporciones de cabezas de ganado, al menos gozaba del respeto de quienes también supieron domar las caprichosas manifestaciones climáticas del desierto más árido del mundo.

Los argumentos de Don Efraín, aunque con diferentes matices, se centraban en una gran queja: ¿Por qué en la ciudad grande como un salar osaban denominar a las esperadas lluvias estivales como El Invierno Boliviano? Y ojo, que el acento no estaba puesto en la condición altiplánica ni tenía tintes xenófobos, algo impensado para quienes tratan de hermanos a quienes son separados por líneas imaginarias. No señor, la tirria de Don Efraín emergía por aquella soslayada pero no menos macabra condena a vivir, todo el año, sin la posibilidad de disfrutar de un veranito de San Juan… Más que sea.

No podemos pasarnos la vida de invierno en invierno. Es una acepción peyorativa y exijo su rectificación en diarios y conversaciones triviales cuanto antes…”, solicitaba desplegando su encorvando dedo índice y dejando al descubierto el único colmillo que le quedaba en la corrida de arriba, el penúltimo diente, si alguien alcanzaba a fijarse en lo firme que parecía la última muela de abajo. La única pieza de abajo.

“¿Para qué quieres denominarlo como verano si lo que realmente pides son lluvias? Usted se ciega y no siega durante el estío… que es la manera de pasar el tiempo produciendo y liberándose del hastío… Además que usté ya no es… tío, es tatita… y de los porfiados”, retrucaba embelesado Herrera, quien pese a agarrarse de puro dolor su desahuciado ojo izquierdo, igual no más se afanaba buscando en Internet aquellas frases de aulas que pudieran sacarle carcajadas al viejo Mollo. Cosa que sucedía.

Eso, antes de que un yatiri le aconsejara más reposo, y por cierto, cero radio. No por ser nociva, letal o contraproducente con su cosmovisión, sino que lisa y llanamente por lo escarpado de la subida que antecede a la bendita caseta de frecuencias y cu-ese-eles. La misma salita con una antena algo roñosa que ha permitido que Aristides y Fermín, sin haberse visto ni una sola vez en la vida, mantengan una amistad de alrededor de catorce años. 10/4.

9.7.07

...Carta Abierta a la Familia a ser leída por la Traula...


Mi merenguismo e hipocondría me hicieron pasar días veraniegos enteros junto a la Omama... y ahora que lo pienso, tiene que haber sido gracias a esas mismas tardes insolao, con peste cristal o simple aguelismo -para remediar todo con los tradiconales sapitos, panqueques, wafles y más- que heredé la pasión por la lectura, porque sin duda, gracias a ella lucho por llenar todos los casilleros de cuanto puzzle pase por mis manos... y me atrevo, al igual que ella, a leer y narrar... (lo de engullir viene de antes)

...y claro, muy al margen quedará, como un dato bastante menor, que pasé con éxito la lección uno de las setecientas veintidós que se necesitan para asumir: “yo juego Bridge”, su deporte favorito...

Ayayay... (sé que podrás interpretar mi suspiro prima) Puta que duele y dolerá no verla más. Y como no, si se nos fue el ícono de nuestro matriarcado y eso se siente y reciente nuestra figura familiar... pero ojo, aunque ahora forme parte del destino o la cada vez más simpática causalidad saber quienes serán los llamados a cohesionar este grupo dado a los sin cortar los hilos y tantas otras volteretas alegres de la vida, no es menos cierto que esta viejuja de grandísimos ojos celestes nos dejó algo más que una herencia de historias y enseñanzas que sería un gusto transmitir.

Bien. Sé que Mario Benedetti advierte que no es bueno reservar del mundo sólo un lugar tranquilo, y desde mi zarrapastrosa trinchera, lo avalo, pues soy un convencido de que en el movimiento está la gracia: varía la constante búsqueda y permite el bendito encontrar...

Pero ahora, a pesar de nos ser visible su fuerza ni estar presente esa casona dónde acostumbraba a sacarnos intempestivamente los dientes, no es menos cierto que nos deja como exquisito legado el gran Hornos; este rinconcito de belleza inenarrable donde no sólo aprendimos a levantar objetos con los pies, a no levantar las manos a punta de apretar servicios, a pasar el chancho y “fregar” la loza, a encandilarnos con estrellas, nocticulas o cerros rosados; a querer, querernos y encontrar más que el riquísimo amor de casa... ¿¿o no Traula?? El amor entre la “flora” y la nutrida fauna...

En definitiva, Hornos es nuestro gran secreto para seguir perpetuando su legado y por sobre todo, para seguir construyendo familia.

15.6.07

Entidades Gordamente Organizadas

El de las cachañas en espacios reducidos y los goles como el “Mencho” entró junto al capitán banca cuando de terrenos a campo traviesa se trata. Un poco antes lo había hecho el relacionador púbico, que gana la plata, el escritorcillo-filósofo frustrado, que lo quiere puro matar, y el eterno retenedor de proyectos con storys boards en carpetas manchadas con vino, que algo sospecha de esta tensa relación... y algo de partido pretende sacar.
De ahí fueron llegando el lánguido habilidoso, el suertudo de ocasión y el baboso que vive contemplando imágenes mil veces revisadas, quienes se acomodaron cerca del clásico refunfuñador de los diecisiete estornudos mañaneros anti-antihestamínicos y el desquisiado amante de la mayo con choclo y los ave pimentón. O ave con lo que sea, y mayo, una adicción que al parecer está siendo documentada por el escasamente riguroso estadista amante del word, y algo del excell.
El que se desvive por sostener, hasta secar, los vasos con vodka se dejó caer con el intragable pregonador de las síntesis noticiosas con escasa información, al menos fidedigna, y al verlos, el yutito de los cariños hizo un ademán algo violento para intentar formalizar un grupo aparte, lo que no le resultó ya que el sapo monosílabico dejó en evidencia el complot. "Ojo", habría gritado casí para sí, aunque logró advertir.
En esa misma esquina estaba sentado, enfocando con una ceja arriba, el coquetón timorato, quien asentía con la cabeza cada vez que el danzarín y a menudo sopiao, el mismo que se vuelve mono con los Cadillacs, le intentaba contagiar el ritmo con los dedos; una situación que el taimao hiperventilao, juraría, no aportaba absolutamente nada nuevo. ¿Por qué no vira?
Unos datos no menores, eso sí, bien pudieron ser que el maniaco atormentao pareció devolver, a su manera, un par de saludos; que el quejumbroso compliquete se sentó, de una, en el primer asiento que pilló y el curao odioso, amigo inseparable del chamullento que goza desafinando a destajo, por alguna extraña razón, no olía a rayos, ni a bollos ni a chicharo ni a tamales ni a chifles...
Si hasta el angustiante impaciente casi se dio un tiempo para esbozar una sonrisa antes de relatarle una historieta, algo urdida, al chorito al peo, el mismo que jamás pudo decirle a “Winnie Cooper” (todavía no puede llamarla por su nombre) que aún le encanta.
Y cuando la copia fome de Felo, fiel a sus fechorías, no dejaba ordenar las ideas de los pasos a seguir en la trigésima versión de la reunión anual de las Entidades Gordamente Organizadas, Ego, ya que ridiculizaba la gran mayoría de las aseveraciones del inconstante líder que estaba a cargo, vaya a saber cómo, de tan magno y celeberrimo del ritual, la puerta volvió a abrirse...
¿Y este quien e?, dijo para si mismo el taimao, y para el mundo, el del vodka ya sin vodka.
Era el zarrapastroso y bendito mochilero. Venía a ponerse al día...


 
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